La Universidad Política

Porque siempre he gravitado hacia lo académico y porque mi anterior columna fue abiertamente política, me veo invitado a reflexionar sobre varias preguntas cruciales para la universidad: ¿Cuáles son las características esenciales del trabajo académico? ¿Cuándo vira un académico o la universidad, de forma inapropiada, hacia la política? ¿Cómo se puede evitar la politización de la universidad? Este es un tema que da para un grueso tomo, pero aquí sólo puedo esbozarlo a grandes rasgos.

Para abordar el tema es necesario remontarnos a un período cuando la universidad, en su concepción moderna, aún no existía. Como modelo de este período, consideremos a la Roma imperial, cuna de la civilización occidental. En aquel entonces la actividad intelectual (las artes, las matemáticas, la retórica, la arquitectura, etc.) estaba al servicio del poder. Es imposible, al visitar a Roma, separar la estética, por ejemplo, del poder. El César y sus amigos patrocinaban las artes y estas, a su vez, reflejaban la gloria del César, en un círculo que, según la inclinación del observador, puede considerarse virtuoso o vicioso. Este patrón se reiteró, durante el medioevo temprano, con los papas en Roma y con las grandes familias italianas (de las cuales salían los papas). Había escuelas y academias, pero no universidades.

La universidad, en su concepción occidental, nace del vientre del claustro monástico en el medioevo. En otras palabras, la universidad occidental es una creación Católica. El claustro es un espacio cerrado (de ahí su nombre) que protege la paz y el trabajo del monje dedicado al estudio. El claustro tiene hoy un significado más metafórico, que en la imaginación popular evoca un sentido de privilegio. Muestra al académico como protegido y aislado de las fuerzas externas. Esta imagen se ve reforzada por otras, tales como “La torre de marfil”, la cual protege, y eleva (pero también aísla) al académico. ¿De que lo protege? La respuesta es obvia, de la coerción y la violencia política.

Pero si el académico está dedicado a sus estudios, ¿por qué necesita protección? Para ello hay que ver lo que los académicos hacen. Empecemos con las artes plásticas: a medida que la cultura evolucionó hacia una concepción más liberal, el artista empezó a inyectar su propia visión política. La obra de Goya, con sus cuadros de guerra, tortura, y ejecuciones, es una obra política, de protesta soterrada. El arte que le precede es igualmente político, pero dicha politización no invita a la violencia porque sostiene el “status quo”: Velázquez pinta al rey como el rey quiere ser pintado. Este giro hacia la política se hace más obvio (no más fuerte) en el siglo veinte. Picasso, Rivera, Warhol, etc. son explícitamente políticos. Guernica no es una obra políticamente abstracta. El pintor completamente abstracto, en contraposición, nos está diciendo, “no quiero meterme en política”, lo cual, como lo observó Orwell, es también una declaración política. De nuevo, Orwell sintetiza el balance en su famosa frase “Todo Arte es Propaganda”. El artista académico está metido hasta el cuello en política.

Lo que he dicho de las artes plásticas, se puede reiterar, más o menos, con la literatura. No hay literatura apolítica. Hasta lo mas insulso es político. Los compañeros de la UdeA solían repetir que las caricaturas del pato Donald eran pro-imperialistas y tenían razón. Las comedias son políticas. Las novelas son políticas. Los ensayos son políticos. Ser apolítico significa dar la espalda a la problemática de la humanidad, una posición política. La libertad académica no existe por razones abstractas o filosóficas. Existe porque el profesorado demanda protección política para poder hacer política. De otra forma el académico no puede hacer su trabajo. Sin esta libertad tenemos a la Universidad de Hong Kong; lo tiene todo, excepto lo esencial.

De las ciencias ni hablemos. La ciencia ha estado al servicio del poder y ha servido como baluarte del capitalismo (y del comunismo, y del nazismo). Es inconcebible que se le niegue a un profesor de ciencias (o a un estudiante) la libertad para disentir, o para analizar las implicaciones políticas de la ciencia. Esto me lleva a la pregunta de ¿Cuándo vira un académico (o la universidad), de forma inapropiada, hacia la política? ¿No existe una línea definida? No, pero pongo un ejemplo hipotético: Si yo les digo a mis alumnos en clase que voten contra el partido Republicano, puedo esperar una llamada del decano. Si insisto, me puede representar un problema. Sería prudente callarme. Pero si en una clase de ecología yo digo que las políticas medioambientales de las administraciones republicanas son criminales, y el decano me llama para tirarme de las orejas, lo tomaría como una invitación para repetir mi mensaje en la clase del día siguiente. Y buscaría abogado.

Lamentar la politización de la universidad no tiene sentido. El problema hoy en día con ciertas universidades, como por ejemplo con la UdeA, no es que sean políticas sino que son doctrinarias. Ese es un problema diferente.