Nuestros Nombres Romanos

Este fin de semana publicó Ernesto Ochoa Moreno una columna en El Colombiano, titulada Sonsón, Marco Antonio Jaramillo y “Mercedes”. Me fue muy grata, pues Marco Antonio Jaramillo Álvarez, mi bisabuelo, fue el padre de mi abuelo materno, de Marco Tulio Jaramillo Velásquez.

Los nombres romanos me parecen bellos, y por ello me sorprendió la columna de Héctor Abad Faciolince, en la cual se burla de quienes llevan por nombres los de Marco Tulio. De verdad que tiene rabo de paja quien, teniendo nombre troyano, se burle de otro por tenerlo romano.

¡Pero si es que los nombres romanos son de los más nuestros! Mis cuatro abuelos tuvieron nombres romanos: Marco Tulio, Agustín, Cecilia, y Carmen (dos etimologías de Carmen son aceptadas, una de ellas romana). ¿Acaso España no fue Roma? Romanas fueron Córdoba y Mérida (Emérita), y muchísimas otras poblaciones y ciudades españolas. Españoles fueron el cordobés Séneca y el emperador Adriano. Nuestra misma ciudad tiene nombre romano, Medellín (Metellinum), así llamada por su homónima española (cuna de Hernán Cortés), y a su vez bautizada en honor de Cecilia Metella, hija del general y estadista romano Quintus Caecilius Metellus.

¡Que bellos los nombres romanos que nos trajo España, ya sea en su versión castiza, o en la directamente latina! Especialmente evocadores son los femeninos, otrora comunes en Antioquia: Adela, Alba, Adriana, Antonia, Camila, Cecilia, Claudia, Diana, Emilia, Julia, Libia, Marcela, Mariana, Octavia, Patricia, Tulia, Valentina, etc. Sólo los nombres hebreos tienen una importancia semejante en nuestra historia.

Pero si un escritor respetado se burla de estos nombres, ¿qué puede esperarse de las masas menos educadas? Pues un sartal de nombres foráneos y con frecuencia estrambóticos que revelan tanto la ignorancia de nuestra tradición como el grado de penetración cultural al que hemos llegado. En ciertos casos los padres escogen nombres verdaderamente ofensivos, los cuales se infligen a los hijos indefensos, marcándolos de por vida. Es de alegrarse de que recientemente se haya dado a los registradores la autoridad para abstenerse de poner nombres “exóticos” como Miperro o Satanás. Toda libertad tiene sus límites. Mientras tanto, deberíamos recordar que lo que nos viene de Roma, vía España, es nuestra herencia.  ¡Honrémosla!