El Túnel del Tiempo: mi regreso a la UdeA

No hace mucho que estuve de vuelta en Medellín con mi mujer y mis hijos, luego de un lustro de no llevarlos. Mi hija, ya graduada de su universidad, y mi hijo, en pleno curso de pregrado, se fascinaron con Medellín.

Es cierto que Medellín es una ciudad mucho más violenta, densa, caótica, y polarizada, que la que recuerdo de mi infancia en los años sesenta. Pero también es una urbe transformada, mucho más cosmopolita, creativa, diversa, y apasionante. En esta transformación encontré un problema: no podía mostrar a mis hijos algo que reflejara mi infancia y juventud. Todo era casi irreconocible, y por lo tanto me resultaba imposible relatarles los cambios que para mí son casi abrumadores.

Una tarde, ante muchos ruegos, accedí a llevarlos a la UdeA, donde cursé un par de años de mi carrera de biólogo, antes de tener que irme a terminar la carrera a otra parte ante los incontables paros, manifestaciones, semestres cancelados, y disturbios violentos.

Cogimos el metro y llegamos a la puerta de la universidad sobre la Avenida del Ferrocarril. Al llegar nos sorprendimos al ver que miles de personas salían calmadamente del claustro, pero nadie entraba. Al acercarnos, un portero nos informó: “Estamos desalojando la universidad porque unos encapuchados están haciendo disturbios en la Avenida Barranquilla”. Allí, en un segundo, como si hubiese viajado en el túnel del tiempo, me encontré en 1974. Por fin podría mostrar a mis hijos algo que estaba congelado en el tiempo.

Regresamos al día siguiente, con la universidad reabierta. Al entrar, seguía en 1974: las mismas y sosas consignas “revolucionarias” de siempre pegadas en las paredes, un póster del Che (!El Che!), los mismos y magramente equipados laboratorios, los mismos y vetustos salones de clase, las pobremente amuebladas oficinas del profesorado, las mismas y lastimosas cafeterías de toda la vida con sus tristes papas rellenas que languidecen tras el vidrio del mostrador. Los jardines y áreas verdes, otrora impecablemente mantenidos, se veían abandonados. Por ninguna parte un signo de progreso. Oigo que la universidad ha hecho inversiones importantes durante los últimos cuarenta años, pero no las vi.

¿Cómo sorprendernos de tener una universidad de segunda? Que no lo digo yo, sino que esto es lo que afirman las clasificaciones internacionales, como The World University Rankings, en la cual la UdeA no figura ni entre las mejores mil universidades del mundo. Si la FIFA declarase que el Nacional no está entre los mil mejores equipos del mundo, ya veríamos a las barras bravas, varilla en mano, exigiendo la cabeza del entrenador. Pero a nadie parece importarle mucho que tengamos una universidad de segunda. ¿Cómo formar ingenieros, médicos, científicos, humanistas, escritores, y artistas de primera en instituciones de segunda?

Ese mismo año tuve la fortuna de visitar el Instituto Tecnológico de Harbin, en China. Es una gran institución en la que se respira el orden y la disciplina. La idea de que las autoridades chinas permitiesen que unos pocos encapuchados suspendiesen las labores de 37.000 estudiantes daría risa en ese gran país. ¿Hasta cuanto lo toleraremos nosotros?