Termina el año con la tradicional rochela del 31, y me siento con un guayabo tanto moral como físico, el resultado, en buena parte, de otro año de Covid. Empiezo pues el año con una “entrada” ligera e inconsecuente sobre mi odio a “colocar”.
Quizás porque vivo alejado de Colombia y del castellano, siento los cambios en el idioma de forma un poco más abrupta que mis compatriotas, quienes en el día a día pueden no percibir como una corriente va creciendo lentamente. Una que se ha impuesto es el uso de “colocar”, donde “poner” sería aconsejable y preferible. ¡Ya hasta hay gente tan despistada que cree que el uso de “poner” es mala idea! En mi niñez la palabra “colocar” no se usaba casi nunca, y cuando se hacía era para referirse al empleo: ¡Fulano está descolocado! La primera excepción que recuerdo se refería al portero de fútbol, quien podía estar “mal colocado”. Soy amante del fútbol, pero hay que confesar que su influencia en ciertos periodistas, quienes no pierden oportunidad de profesar su devoción a ciertos equipos, ha sido nefasta. Estas expresiones, procedentes probablemente de ese lunfardo de arrabal bonaerense, son las que nos han llevado a oír que una persona “no lucía bien” debido a las “lesiones” que había recibido. Pero esa es otra columna.
Busqué “colocar” en el Quijote, donde aparece siete veces, curiosamente con relación a pensamientos o ideas bien, o mal, colocadas. “Poner” aparece 317 veces. Esa proporción me parece tolerable. Buscando un referente más moderno, miré la obra de ese gran maestro del castellano, Don Miguel de Unamuno. En “La tía Tula”, aparece un par de veces, con ese sentido tradicional de empleo o posición.
“Poner”, en contraposición, es una verdadera cornucopia de riqueza lingüística. Nos ponemos tristes o contentos. Nos ponemos la ropa en la mañana y nos la quitamos después de que se pone el sol. Al que pone el pecho y pone de su parte, lo ponemos en un pedestal, o en un puesto mejor, o le ponemos una medalla. Al que no pone de su parte, o pone mucho pereque, hay que ponerlo de patitas en la calle. Al que ni pone ni quita se le pone a un lado. El que se siente mal tratado pone la queja, o quizás el grito en el cielo. El energúmeno grita «póngala como quiera». Le ponemos llave a la puerta, ponemos un grano de arena, ponemos atención, ponemos ganas, ponemos la mesa, ponemos a José y a María junto al niño en el pesebre. Cuando toca, ponemos las cartas sobre la mesa. “Poner” va al grano, “colocar” da un rodeo. En Salamanca, donde hice un año sabático, nadie pediría una cerveza como a veces lo hacemos nosotros: Hola, que tal. ¿Como estás? ¿Si no es problema, me regalás una cervecita? Eso es más bien portugués. En Salamanca el cliente se acerca a la barra y ordena, “¡Ponme una caña!”
En la gran mayoría de los casos en que la gente usa “colocar” hubiera sido preferible “poner”. Póngale la firma. Así pues, queridos periodistas, ayúdennos a recobrar el uso del excelente “poner”, y a mandar al largo “colocar” a donde se lo merece. No se pongan bravos con mi amigable crítica. Pónganse las pilas, pongan de su parte, y contribuyan a poner a “poner” donde se merece estar. Pongo así fin a esta notica, poniéndome a sus órdenes, y deseándoles un muy feliz y próspero 2022.
Fernán Jaramillo es doctor en neurobiología y profesor de Carleton College en Minnesota, Estados Unidos.