La mejor universidad

¿Cuáles son las mejores universidades? Esta es una de las preguntas que los rankings pretenden contestar. Para las universidades de EE. UU., el ranking de más influencia es el de US News and World Report.  Sabemos que es consultado, en partes tan remotas como China e India, por estudiantes que desean estudiar aquí. 

En general, los rankings de universidades son concursos de belleza. Perdón, los concursos de belleza son más confiables. No obstante, hay ciertas similitudes y patrones en estos rankings que son relevantes y útiles, incluso para la universidad colombiana. Veamos la lista de este año, en la cual Columbia, Harvard y MIT están empatadas en el segundo puesto.

  1. Princeton
  2. Columbia
  3. Harvard
  4. MIT
  5. Yale
  6. Stanford
  7. Chicago
  8. Pensilvania
  9. CalTech
  10. Duke
  11. Johns Hopkins
  12. Northwestern

No hay duda de que estas son grandes universidades. Ahora, decir que Princeton es mejor que Harvard es como decir que la señorita Antioquia es más bonita que la señorita Bolívar. Es cuestión de gustos. No obstante, estas universidades tienen en común varios factores, unos estructurales y otros circunstanciales, que les dan una gran ventaja. En esta columna me ocupo de uno de estos factores: todas son privadas. De hecho, hay que ir hasta la posición 19 para encontrar a la primera universidad pública, UCLA, según US News (para mi el honor le corresponde a UC Berkeley, la cual yo preferiría incluso por encima de varias de las mejores privadas). Pero esos son detalles; el consenso es que la universidad privada es superior. No creo que haya duda de que, como empresa intelectual, la universidad privada puede alcanzar los más altos niveles de calidad. En Colombia, no creo que a nadie le perjudique ser egresado de los Andes, la Javeriana, la UPB, etc.

La causa principal del éxito de la universidad privada americana es, en mi opinión, su autonomía. Obviamente, opera dentro de un marco legal establecido, pero goza de gran inmunidad con respecto a las veleidosas legislaturas estatales, las cuales, año tras año, han venido reduciendo su ayuda a la universidad pública al mismo tiempo que han aumentado su interferencia. La universidad privada puede planear estratégicamente, sin ser impedida por las ideologías extremas, en especial las de izquierdas, que dominan a muchas universidades públicas latinoamericanas. Los planes estratégicos de algunas de estas universidades latinoamericanas dan lástima. Y como dice el dicho, fracasar en los planes es planear un fracaso. Pero la buena planeación es solo el comienzo. El éxito depende igualmente de la buena ejecución, y aquí, de nuevo, la universidad privada cuenta con ventajas estratégicas. La universidad privada puede escoger no solo su derrotero, sino sus líderes, con más autonomía que la universidad pública, la cual es parte de la piñata burocrática.

Especialmente importante es la continuidad administrativa. Cuando una universidad formula un plan estratégico, ¿quién es el responsable de que se lleve a cabo? Primordialmente el rector. Pero en la UdeA, por ejemplo, los rectores tienden a durar un par de años. Compárese esto con los periodos de los últimos presidentes de Harvard (11 años), Columbia (19), Princeton (12), Yale (10), o Stanford (16). En dos años no se hace nada y menos aún si el consejo superior es presidido por el gobernador (caso de la UdeA), y en el cual el rector no tiene voto. Perdón, rectorcito. ¿Hay realmente algún académico que crea que el consejo superior debe ser presidido por el gobernador, o su delegado? ¿O que deba haber un representante del ministerio de educación en esa corporación? No, porque esas son fórmulas para garantizar el fracaso.

¿Qué podemos decir de la universidad europea? Que, con mucho, las universidades británicas (Oxford, Cambridge, Imperial College, University College (London), etc.), son las mejores. Aunque públicas, estas instituciones gozan de una autonomía envidiable. El ejecutivo en jefe de Cambridge es el vicecanciller (el canciller es figura ceremonial). El vicecanciller es un profesor con talento administrativo (una rara especie), no un político, y su periodo es de 5 años, prorrogable a 7.

Cuando buscaba mi primer puesto como profesor, tuve un momento en que consideraba dos ofertas, una de la facultad de Medicina de Emory, la otra de una conocida universidad pública. Bob Gunn, el ya fallecido director de fisiología de Emory (quien sería mi jefe), me dijo: Fernán: sabemos que tomarás una decisión buena para ti y tu familia. Solo quiero recordarte que la universidad privada lo ha hecho mucho mejor que la universidad pública. Mucha razón tenía.

Por último, la pregunta “¿Cual es la mejor universidad?” tiene un interés que va más allá de esta columna. Es asunto crucial para los miles de padres y estudiantes que solicitan admisión a diversas universidades. Un colega solía decir que la pregunta correcta es “¿Cual es la mejor universidad para Jimmy?” Quería decir que cada estudiante es distinto, y que tiene diferentes necesidades y habilidades. Si Marta es muy inteligente, pero es perezosa y dada a la parranda, no es a Los Andes donde debería ir, así la admitiesen. Mejor que vaya allí María, quien puede ser menos inteligente, pero a quien su dedicación, capacidad de trabajo, y determinación a salir adelante, la convierten en una buena candidata. No solo es el prestigio de la universidad, sino un análisis claro, un examen cuidadoso de lo que se desea, de lo que la universidad ofrece, y de lo que el estudiante se puede permitir.